sábado, 31 de enero de 2009

HM: El tigre

Martín tiene una gran fantasía, no sé si ya lo dije. Tiene un fértil mundo interior por lo que no le cuesta jugar con otros niños ni jugar a solas. Rápidamente imagina mundos, a menudo inspirados en los dibujos que ve, tanto como en la realidad que le rodea.

Como buen niño de tres años, Martín ama a los animales. A Martín le gustan todos los animales, pero en particular los salvajes y exóticos, esos que solo ve en los dibujos, en los documentales o en los parques.

Su favorito es el tigre. Le gusta sobremanera imaginarse que es un tigre, un tigre malo. Ruge como un tigre, araña como un tigre, anda como un tigre. Para andar como un tigre es necesario quitarse los zapatos y los calcetines, por eso Martín no gusta de estos complementos y se los quita siempre que puede y protesta cuando se los tiene que volver a poner.

Anda por la casa a cuatro patas, investido de su personalidad de tigre, acechando a su hermano, a su madre y a mí tras cualquier puerta, presto a saltarnos encima y darnos un susto que nos hace troncharnos de risa.

El domingo estuvimos en el Porrat de La Font d'En Carrós, un pueblo cercano, donde había un mercado de ambientación medieval y atracciones infantiles. Entre los puestos, una maquilladora que pintaba las caras de los niños (bueno, y de los adultos que se dejaran). Por tres o cuatro euros, según el diseño, te maquillaba como un animal, un superhéroe o una princesa. De entre los muchos diseños que habían, Martín eligió, como no, el de tigre.

Se pasó el día feliz como una perdiz, disfrutando de su personalidad más querida, sin acordarse siquiera de que llevaba los zapatos puestos, porque era un tigre con cara de tigre; disciplinado, no se tocó apenas y todo el día el maquillaje le duró casi perfecto.

A la noche, le expliqué que debía bañarse y quedarse el maquillaje. Pensé que protestaría, pero no, solo preguntó porqué. Le expliqué que el maquillaje acabaría en la almohada si no se lo quitábamos bien y se metió sin protestar en la bañera. Sinceramente, me extrañó tanta docilidad.

Mientras le ponía el pijama, ya limpio del maquillaje, no pude reprimir la pregunta:

– ¿No te da pena no ser ya un tigre?

Me miró sonriente:

– Papá, yo sigo siendo un tigre aquí – y se tocaba la frente con el dedo índice.

2 comentarios:

El Blog de los Gilipollas dijo...

¡Admiro tu blog!

Orland dijo...

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